Cosas de monjas y monjes
Hace unas semanas estuve viendo el documental “Libres”.
Se trata de una visión, a partir de testimonios personales, de la vida de monjes y monjas de clausura en España.
Vaya por delante que es un documental impulsado por la propia Iglesia Católica, y por lo tanto tiene su sesgo obvio. Aun así, me resultó muy interesante; ya sabes que eso de “huir del mundanal ruido” es una de las ideas que siempre tengo en la cabeza.
No, no me veo de monje de clausura.
Creo.
Aunque de ermitaño…
Bueno, a lo que iba.
Una de las prácticas que describen en el documental es el rato de “estudio”. Un tramo del día en el que las monjas abren la Biblia, o algún otro texto relevante, y dedican un buen rato a reflexionar sobre un pasaje concreto.
En silencio, sin distracciones.
Profundizando en lo que dice el texto, en su significado, en su aplicación práctica, en su relación con otras ideas.
Degustándolo, exprimiéndolo.
¿Tú cuánto reflexionas?
Comparaba esa sensación al tumulto en el que vivimos habitualmente los demás: rodeados de ruido y de distracciones, sometidos a esos correos electrónicos que no dejan de llegar, a esos feeds infinitos en redes sociales, a esos contenidos interminables de múltiples plataformas que consumimos al doble de velocidad para que nos quepan más en menos tiempo.
Y no digo que esos contenidos no sean interesantes por definición (aunque, reconozcámoslo, también nos comemos mucha basura).
El problema es que aunque nos ciñésemos a los buenos hay muchísimos, demasiados.
Y nosotros mismos nos sumergimos en esa vorágine voluntariamente (bueno, “voluntariamente” teniendo en cuenta que hay miles de personas que están diseñando todo eso para secuestrar nuestra voluntad).
Pero vamos, que somos nosotros con nuestro móvil, nuestra tablet o nuestro ordenador, y nosotros los que podemos decidir hacer algo distinto.
De vez en cuando damos un like, o un “guardar para después”… un “despúes” que nunca llega, porque siempre tenemos abierto el grifo de los nuevos contenidos.
¿Reflexión? Poquita.
¿Impacto? Nulo.
“Ver vídeos, leer libros, escuchar podcasts, hacer cursos, ir a charlas, seguir redes sociales… nada de eso alimenta si no haces el esfuerzo consciente de destilarlo e incorporarlo a tu vida” (@rahego)
Destilacción
Por contraposición, la rutina de las monjas me pareció muy nutritiva. Un pequeño capítulo, un párrafo, incluso una frase… puede darnos mucho juego, si estamos dispuestos a dedicarle el tiempo necesario para digerirlo.
Y, sobre todo, para aplicarlo.
Hace tiempo empecé a utilizar el término “destilacción”: el proceso por el cual transformamos cualquier contenido consumido en acciones concretas en el mundo real.
Pero para eso hay que ponerle foco, tiempo, energía.
Hacer lo que hacen las monjas.
Porque una sola idea, si nos esforzamos en extraerle todo su jugo y en aplicarla en el día a día, puede tener un impacto mucho mayor en nuestra vida que pasar de puntillas por decenas de ellas.
PD.- En realidad, esa idea es la que está detrás de esta newsletter. Si te fijas, suelo traerte una idea en cada correo, no mucho más. Mi ilusión es que, además de leerlo, te haga pensar (incluso para estar en desacuerdo) y, sobre todo, te lleve a plantearte hacer cosas distintas en tu día a día.
Me encanta esta reflexión. Cuando todo el mundo está intentando buscar formas de consumir todo más rápido (ej: escuchaté un resumen de un libro en 10 minutos gracias a este audiolibro) vienes tú y dices justo lo contrario.
Y estoy 100% de acuerdo.
Por eso desde hace unos 2 años he ideado un sistema de segundo cerebro donde voy almacenado, conectando y procesando todo lo que no quiero olvidar.
Lo hice porque me daba cuenta de que consumía muchísimo contenido y no se me quedaba nada. Mi cerebro no retenía.
Ahora me he dado cuenta de que lo importante no es la cantidad de contenido que consumes, sino la profundidad y el mimo que le pones a consumirlo y procesarlo.
Grande Raúl. Como siempre dando buenas lecciones.