“Bien, ahí andamos”, es la respuesta que suelo dar cuando me preguntan “qué tal lo llevo”.
“Pues depende del rato”, sería una respuesta más honesta.
Y es que en estas semanas me encuentro organizando/viviendo un cambio relevante en mi vida. Para finales de julio dejaré Aranda de Duero (el lugar donde he vivido los últimos 18 años) y me mudaré a Salamanca (la ciudad donde nací, y de donde salí hace ya más de 30).
Y ahora agárrate, que voy a cambiar (aparentemente) de tema.
Hace unos años, en un evento de un par de días con un cliente, organizaron como actividad lúdica una cata de vinos.
Allí estábamos, sentados en mesas con varias copas de vino, unas tapitas de queso, jamón y panecillos.
No recuerdo demasiados detalles de la cata. Solo que el que la guiaba nos iba contando cosas sobre el color, la lágrima y alguna cosa más… y luego iba identificando que si los toques de madera, que si el afrutado, que si leves matices de cereza combinados con vainilla…
“¿Los notáis?”
Francamente yo no distinguía nada.
Pero el jamón estaba rico.
Me acuerdo de este ejemplo de la cata cuando intento describir mi estado emocional ante esta etapa que estoy viviendo.
Porque creo que, si soy honesto, solo sabría expresarlo como “revuelto”.
Si me paro a analizarlo, como en la cata, puedo detectar algunas cosas… matices de nostalgia, de incertidumbre, de tristeza, de cansancio… también hay toques de ilusión, de conformismo, de serenidad…
Me impresiona el paso del tiempo, pienso mucho en todo lo vivido en estos 18 años, pienso en los sitios y las personas que ya no serán parte de mi día a día, pienso en la pereza de la mudanza, pienso en dónde voy a vivir, en la sensación de inestabilidad, en el impacto en mi vida profesional, en mi círculo social, en las nuevas oportunidades y en los nuevos retos, en cómo me irá, en hasta qué punto es una decisión propia o ajena, en la falta de un proyecto alternativo ilusionante, en si es un movimiento ya definitivo o no…
Pensamientos y emociones que se mezclan unos con otros, que van cobrando y perdiendo protagonismo e intensidad dependiendo del día y de la hora, que a veces me dejan con un nudo en la garganta y la lágrima colgando, a ratos me dan dolor de estómago, a ratos me dan un chute de energía, a ratos me abruman y me dejan paralizado como conejo cuando le das las largas y a ratos me dan ganas de hacerme bolita y desear que el tiempo se pare.
En este proceso estoy recurriendo a algunas herramientas y prácticas de esas que suelo compartir contigo aquí:
Aceptación: partir del hecho de que esto está sucediendo, que es un cambio relevante y que es natural sentir esta revoltura. Aceptar esta realidad con todos sus matices, los más cómodos y los más incómodos. Me gusta el concepto de “transitar”, de saber que estás en un camino con baches y barro, y que así hay que recorrerlo. Con tropiezos, con dudas, con esfuerzo, manchándose hasta las cejas, con momentos de estancamiento, con pasos adelante y pasos atrás, con paradas para descansar. Y que “desear que fuera distinto” solo sirve para hacerse daño adicional.
Exploración: estoy haciendo un esfuerzo por poner luz a esos pensamientos y emociones de los que te hablaba antes. De identificarlos, de ponerles nombre, de indagar en su origen. Como en la cata del vino, este ejercicio ayuda a diseccionar la experiencia y a tener más claridad. Pero sin volverme loco: una cosa que he ido aprendiendo con los años es que no hace falta entenderlo todo (algo a lo que mi mente racional suele aspirar). “La vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar”.
Defusión: a la vez procuro no engancharme demasiado con esos pensamientos (que es lo que significaría la “fusión”), ni intelectualizarlos en exceso, ni darles el 100% de credibilidad. Procuro no dejar que tomen el control (p.j. entrar en bucle pensando en la mudanza, o regodearme en la pena que me da el cierre de etapa, o anticipar escenarios catastróficos de futuro, etc.), ni discutirlos (p.j. haciendo listas de “qué cosas positivas tiene el cambio” o “en qué es mejor Salamanca que Aranda”), ni rehuirlos (distrayéndome con cualquier cosa; reconozco que en esto caigo con más frecuencia). Los observo, los etiqueto y procuro dejarlos ir.
Sentir las emociones: las emociones tienen un fuerte reflejo en el cuerpo. Ese estómago cerrado, ese nudo en la garganta… una forma útil de experimentarlas es prestar atención a esas sensaciones físicas, poner consciencia en lo corporal y llevar la atención al momento presente, al aquí y ahora.
Vulnerabilidad: no con todo el mundo, ni todo el rato, pero sí procuro que este proceso no se quede dentro de mí. Compartir las sensaciones (como puedo estar haciendo ahora mismo) y dejar de sostener esa máscara de “está todo bien, no pasa nada, todo perfect” que tan dañina puede llegar a ser.
Acción: en la medida de lo posible intento ir haciendo cosas que me ayuden a avanzar. Desde planificar la mudanza a explorar posibles actividades que pueda hacer en mi nuevo destino, se trata de no dejar que la “revoltura” me paralice. Con amabilidad, sin transformarme en un “monstruo productivo” (que es otra forma de evadirse… aunque nunca ha sido la mía, tampoco nos vamos a engañar :D).
Compasión: intento recordarme a mí mismo que, por encima de todo, todo está bien. Que mis sensaciones, mis dudas, mis pensamientos… son válidos. Que lo hago lo mejor que sé, que lo hago con la mejor intención, que esta versión de mí es merecedora de comprensión, de cariño, de amor. Que la vida no es un examen, solo vida. Y que, al fin y al cabo, solo soy un ser humano.
Al final, escribir sobre todo esto me ha servido como un pequeño ejercicio de claridad en medio de la revoltura. Porque aunque no sepa exactamente qué me deparará esta nueva etapa en Salamanca, sí sé que tengo herramientas para transitarla, que no estoy solo en el proceso y que, como en tantas otras ocasiones de mi vida, esta incertidumbre también pasará (para ser sustituida por otra, ¡la fiesta no termina!).
Mientras tanto, seguiré practicando esa mezcla de aceptación y acción, de vulnerabilidad y compasión conmigo mismo. Y recordándome que a veces lo más valiente no es tenerlo todo claro, sino atreverse a dar el paso incluso cuando el camino se ve borroso. Al fin y al cabo, quizás de eso se trata la vida: de aprender a bailar con la incertidumbre, sabiendo que cada transición, por incómoda que sea, también es una oportunidad de crecimiento.
Si tienes curiosidad por profundizar sobre estas herramientas puedes investigar en “Aceptación Radical” o en “La trampa de la felicidad”. Y si estás viviendo alguna situación de revoltura, y crees que hablar conmigo te puede ser útil, recuerda que tienes también esa opción.
Ánimo Raúl en esta nueva singladura. Nuevos aprendizajes se asuman, tienes las herramientas sin duda que nada te nuble agarrarlas. Mira Salamanca me queda más cerca que Aranda, para ese vino/café pendiente...
Pedazo de edición, es muy valiente contar las cosas tan claras.
Con eso de leerte a lo largo de los años, es como si te conociera un poco, así que solo puedo desearte lo mejor.
Estudié en Salamanca y guardo un buen recuerdo, seguro que lo disfrutas.
Nunca sabemos qué es lo mejor, ni qué es lo que habría sido si hubieran pasado otras cosas, es justo lo que dices: bailar con la incertidumbre.
Si te pasas por Madrid un día dime!