Vas un día de excursión por el campo, con toda tranquilidad.
Árboles frondosos, verdes praderas, pajaros cantarines, brisa fresca y el rumor de un arroyo cercano.
A tope de bucólico.
Y de repente, ay, notas un pellizco fuerte en el tobillo. Miras para abajo y leñe, ¡te ha mordido una serpiente!
¿Qué haces?
He buscado en internet recomendaciones. A parte de “no te asustes”, las recomendaciones incluyen llamar a emergencias, dirigirte a un hospital, no hacer un torniquete ni aplicar hielo ni calor, ponerte en una posición donde la mordedura quede por debajo del nivel de tu corazón…
¿Sabes lo que nadie dice?
Que vayas detrás de la serpiente a pedirle explicaciones de por qué te ha mordido.
En el libro “El sutil arte de que (casi) todo te importe una mierda” Mark Manson dedica un capítulo entero a hablar de la distinción entre culpa y responsabilidad.
“Todo el tiempo nos toca hacernos responsables de situaciones de las que no tenemos la culpa. Así es la vida”
¿Cómo que tengo que hacerme responsable de cosas en las que no tengo culpa? ¡Que se responsabilice quien sí la tenga!
Pues piensa de nuevo en el mordisco de la serpiente. No cabe duda de que la culpa de que te haya mordido es de la serpiente. Ahora bien, ¿qué vas a hacer? ¿quedarte esperando a que la serpiente resuelva? Obviamente no, es a ti a quien le toca irse al médico. Porque si te quedas esperando a que la serpiente te lleve al hospital lo tienes crudo.
Lo curioso es que esto, que con la serpiente lo vemos tan claro, nos cuesta más aplicarlo en nuestro día a día.
Nos suceden cosas que son “culpa” de otros. Y nos quedamos esperando a que esos otros “solucionen”. La solución puede venir porque te den una explicación, que cambien su comportamiento, que te den una “conversación de cierre”, que pidan disculpas, que reparen el daño… en definitiva, que se hagan cargo.
Que oye, puede ser muy satisfactorio.
Pero es una de esas cosas sobre las que no tenemos control alguno.
¿Y si no lo hacen?
¿Y si no te piden perdón, ni te dan explicaciones, ni asumen su error, ni mueven un dedo para compensarte de ninguna manera?
Pues tienes dos opciones: quedarte rumiando, encabronado perdido y apretando muy fuerte el puño… o ver qué haces para avanzar sin contar con el otro.
Es una de esas situaciones donde aplica la oración de la serenidad:
Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.
Y ahora, claro, viene la pregunta:
¿Hay alguna situación en tu vida en la que estés pidiendo explicaciones a alguna serpiente? ¿Alguna situación en la que estés pensando más en culpables que en asumir la responsabilidad?
La primera vez que entendí claramente la diferencia entre responsabilidad y culpa estaba explicado con otro ejemplo: Imagina que alguien te deja un bebé en la puerta de tu casa y llama a tu timbre. La persona sale corriendo, y tú no sabes quién es. Que el bebé esté ahí no es tu culpa, tú no has puesto al bebé en esa situación. Sin embargo, el bebé sí es tu responsabilidad, deberás darle los cuidados momentáneos que necesite y resolver la situación para que esté atendido. Que no sea tu culpa no quiere decir que ahora puedas desatender al bebé.